Por: Wilson Benavides
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Desde tiempos inmemoriales, la política siempre fue la expresión de la fuerza a través de otros medios y fue el “siglo de las luces” el que otorgó a la razón un lugar central para la conquista y el ejercicio del poder a través de las leyes y posteriormente de las urnas, pero resulta que en nuestro país esa lógica funciona al revés. Ya no es la razón sino la fuerza la que hoy se impone.
Estupefactos, asistimos -en pleno siglo XXI- a otro capítulo
obscuro de nuestra República que creíamos ya superado y que utiliza la
arbitrariedad para resquebrajar la institucionalidad democrática del Ecuador
con un falso argumento: el clamor popular.
Las tres consultas populares convocadas por el gobierno anterior
(2007, 2011 y 2017) eran catalogadas por los ilustres intelectuales de la
oposición como un ejercicio de “democracia delegativa” (O'Donnell) donde, según
su interpretación, el ejercicio del gobierno y las instituciones estaban
supeditados a la voluntad discrecional del gobernante y legitimados a través
del pueblo, convocado permanentemente a las urnas.
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Curiosamente este concepto ha sido omitido deliberadamente del
debate público tras la decisión del licenciado Moreno de convocar a la consulta
popular y referéndum omitiendo el control previo constitucionalmente
establecido. A nivel político, esa decisión es una clara muestra de dos de sus
más grandes temores.
Uno, miedo a la falta de contundencia jurídica de sus propios
argumentos que el pasado 15 de noviembre -durante la audiencia de sustanciación
del referéndum- quedó demostrada en todo su esplendor a través de una
intervención que dejó muchas dudas en los mismos jueces constitucionales por su
falta de claridad y pobreza argumentativa.
El segundo temor que aqueja el alma del licenciado es no lograr
hacer sombra al liderazgo de su antecesor que pese a los escándalos de
corrupción y a toda la infamia lanzada en contra de su gobierno, mantiene aún
importantes niveles de credibilidad, no en los medios ni en las encuestas sino
con las clases populares, con la gente más humilde.
El respaldo que
no se logra evidenciar en las calles se quiere fraguar en las instituciones y
curiosamente con la misma institución que hace 12 años destituyó a 57 diputados
para viabilizar la consulta popular de 2007 que instaló la Asamblea
Constituyente de Montecristi. El entonces Tribunal Supremo Electoral (TSE) fue
decisivo para concretar esa iniciativa -que apenas dos años antes (2005) tras
la caída de Lucio Gutiérrez-, le fue negada al gobierno de Alfredo Palacio.
Eran otros
tiempos, sin duda, pero ahí sí -efectivamente- había un clamor popular real que
se expresó a través de la indignación ciudadana de las clases medias urbanas
nunca antes vista y que no tenía antecedente similar ni relación alguna con la
lucha indígena inaugurada con el levantamiento general de 1990.
Los denominados
“forajidos” justamente terminaron con el gobierno de Gutiérrez y varias de sus
figuras más visibles como María Paula Romo, Pabel Muñoz, René Ramírez,
Sebastián Roldán, entre otros, ocuparon altos cargos en el gobierno de Rafael
Correa, que capitalizó el descontento ciudadano en contra de una clase política
tradicional y corrupta.
Es esta
realidad, la del 2005, la que perversamente se quiere reproducir ahora con el
falso argumento de la indignación ciudadana ante la corrupción del gobierno
anterior, pero con un vicepresidente preso y varios procesos judiciales en
marcha contra un sin número de involucrados en estos actos, ese argumento se
diluye ante los ojos ciudadanos.
Quizá porque
solo Correa fue capaz de capitalizar el clamor popular del “fuera todos”, pero
ahora es con “todos ellos” a la cabeza con los que se busca apalancar la
consulta del licenciado Moreno. Y nombres sobran, basta con mencionar a Jaime
Nebot, Paco Moncayo, Marco Troya, Gustavo Baroja, Abdalá Bucaram y una lista
interminable de políticos tradicionales que aplauden esa iniciativa que se
realizará el 04 de febrero de 2018.
Lo cierto es
que el Ecuador de hoy asiste a una escena ilógica. Queremos superar el pasado
correísta pero acudimos para ello a lo más nefasto de la política tradicional.
¡Qué contrasentido! ¿Dónde está el clamor popular de los ciudadanos de a pie? A
ellos a quienes lo que verdaderamente les importa es un trabajo y un sueldo
digno y de eso nada de nada o díganme si en estos meses de gestión ya se ha
reducido el desempleo o se han construido las viviendas populares tan anheladas
por nuestro pueblo pobre. La respuesta es NO.
Por eso es evidente que lo que esta consulta pretende es apalancar
un frente de apoyo al gobierno nacional no con la ciudadanía sino con los
partidos de siempre, no con la gente sino con los políticos tradicionales y no
respetando la institucionalidad sino obviándola e invocando una ficción.
Lo real es que la consulta busca superar y enterrar
definitivamente el segundo temor del licenciado. Hay una evidente intención de
bloquear una futura participación electoral de Rafael Correa eliminando la
enmienda sobre la postulación sin restricciones, similar a las argucias utilizadas
desde el retorno mismo a la democracia (1979) cuando se impidió la candidatura
presidencial de ex mandatarios para obstaculizar la participación de José María
Velasco Ibarra o de Carlos Julio Arosemena. ¿La historia se repite? Al parecer
es pura coincidencia.
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